Tengo los ojos eclipsados por tu ausencia,
reteniendo un lago de suspiros que rebotan contra una pared,
rasgada por los quejidos y la soledad.
Tengo la piel cubierta de arañazos que son como cicatrices que no se ven,
como rastros trazados por el fuego, en un bosque que ha perdido el camino
y se ha quedado en carne viva de cenizas.
Tengo los labios en eterna sequía, desde que ha dejado de brotar la cascada
con la que sueles regarme diariamente.
Tengo el rostro como una foto fija de añoranza.
Te echo de menos,
solo encuentro un esbozo de consuelo cuando suena el teléfono
y se acorta, por minutos, la distancia entre nuestros sonidos,
entonces tu voz se vuelve un soplo de confianza,
una guarida donde dejar oculta mi agonía.
12 días!, son solo 12 días los que separan nuestro beso,
pero siendo muy franca, a mí me sobra la palabra solo,
porque siento que todo está desactivado,
que todos mis segundos se han marchado de visita al infinito.
Así que estoy viviendo en una especie de burbuja
que se ha quedado atrapada en cámara lenta,
por lo que me he propuesto visitar al tiempo,
para intentar algún tipo de negociación con el futuro.
Voy a contarle que mi presente se ha rebelado,
dominado por los recuerdos tan intensos que provocas.
Tal vez se apiade y me conceda este enorme deseo de acelerar su paso,
o tal vez, simplemente, me convenza de que las prisas,
bajo ninguna circunstancia, son una solución ante tu falta.
No sé, le está faltando una inyección de claridad a mi cerebro,
debe ser que este drama de extrañarte
me está rompiendo el cuerpo.